jueves, 22 de noviembre de 2012

Pequeños detalles que marcan la diferencia

François le preguntó qué quería tomar. Su elección sería decisiva. Pensó: si pide un descafeinado, me levanto y me voy. No se podía tomar un descafeinado en esa clase de cita. Es la bebida que menos cuadra con una reunión distendida y agradable. El té tampoco es mucho mejor. Nada más conocerse se crea como una atmósfera sosa y sin gracia. Se palpa en el aire que las tardes de los domingos se pasarán viendo la televisión. O peor aún: en casa de los suegros. Sí, sin lugar a dudas, el té crea como una atmósfera de familia política. Entonces, ¿qué? ¿Algo con alcohol? No, a esa hora no pega. Da mala espina una mujer que se pone a beber así , sin venir a cuento. Ni siquiera una copa de vino tinto. François seguía esperando a que eligiera lo que quería tomar, y proseguía así su análisis líquido de la primera impresión femenina. ¿Qué más quedaba? La Coca-Cola o cualquier otro tipo de refresco... No, no podía ser, eso no era nada femenino. Ya puestos, que pidiera también una pajita, no te digo. Por fin, François decidió que podía estar bien un zumo. Sí, un zumo es algo simpático. Queda bien pedir un zumo, no resulta demasiado agresivo. Da una impresión de chica dulce y equilibrada. Pero, ¿qué zumo? Mejor evitar los de toda la vida: el de manzana o el de naranja, ésos están muy vistos ya. Hay que ser un poquito original, pero sin caer en la excentricidad. De papaya o de guayaba no, eso da como miedo. No, lo mejor es elegir algo a medio camino, como el albaricoque, por ejemplo. Sí, eso es. El zumo de albaricoque es perfecto. Si elige eso, me caso con ella, pensó François. En ese preciso instante, Nathalie levantó la vista de la carta, como si saliera de una larga reflexión. La misma reflexión en la que había estado sumido el desconocido sentado frente a ella.

-Voy a tomar un zumo...
-¿...?
-Un zumo de albaricoque, creo.
François la miró como si no fuera real del todo.

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