De manos frías va la cosa

Últimamente se ven muchas parejas revoloteando por la ciudad... Se abrazan, se cogen de las manos para transmitirse el calor del corazón y combatir el maldito frío que hiela hasta los huesos, se besan en cada farola, a pesar de que llueva, pasando a ser el resto del mundo un mero conjunto de extras mal pagados en una película incierta cuyo argumento está desfasado. Parejas normales, con chicas que sueñan ser princesas rescatadas de su alta torre por el príncipe de turno. Mientras tanto, voy caminando con las manos en los bolsillos, esperando inútilmente que entren en calor. Paso por un escaparate con una superficie demasiado brillante y me miro, siguiendo esa maldita costumbre ególatra mía. No, yo no quiero que me rescaten de mi torre. De hecho me gusta estar allí, puedo ver el paisaje mejor y me gustan demasiado las alturas como para que venga alguien a ponerme sobre la tierra. Entonces pienso en ti. Sé que no te gustan las alturas.  A mí me encantan, de hecho siempre tiendo ir a los lugares altos y mirar al vacío a la cara. Pienso en mis manos frías. Pienso en tus manos frías. Irónicamente, son las únicas que me pueden calentar. No eres ningún príncipe, pero yo tampoco soy una princesa. Tan solo somos dos raros que nadie comprende cómo pueden estar juntos. Entonces algo me saca de mi ensimismamiento: una pareja me para por la calle y me pide que les saque una foto. La Giralda de fondo, bonito lugar. Prosigo mi camino mientras me froto las manos y mis labios susurran nubecillas de vapor. De pequeña me imaginaba que era el humo de una chimenea. Sonrío ante aquel recuerdo y mis manos vuelven a su lugar en los bolsillos de mi vieja Barbour. Posiblemente dirías que voy muy guapa, porque voy sin maquillar y con vaqueros. Tú siempre al revés que todos, cómo no. La pareja de la foto se para en un puesto a comprar castañas. Como tengo las manos frías ahora y tú no estás aquí para calentarme, decido comprar un cartucho para que me transmita su falso calor.